Carlos Pereyra

Nació en Hasenkamp en Diciembre de 1935. Era el menor de 12 hermanos. El padre era el puestero de una estancia en el cruce de la Ruta 12. Como a quinientos metros de su casita estaba el casco grande de la estancia. Allí se encerraban las vacas para que pasen la noche. A la madrugada, antes que los terneros se pusieran a balar como locos de hambre, la madre de Carlos caminaba como 500 metros para ir a ordeñar las vacas, soltaba los terneros y volvía a la casa con la leche fresca del día.

Alrededor de la casa sembraban papa, batata, cebolla, ajo, zapallos y verduras. Por aquella época no había tomates y Carlos recién los probaría como a los 20 años. También criaban gallinas sueltas. Eran una parte fundamental de la economía familiar. Las alimentaban desgranando maíz que sembraba el padre en el campo. Cada tanto, alguna gallina aparecía clueca rodeada de pollitos. Las hembras se criaban para que pongan más huevos y los gallitos ya crecidos iban a parar a la cocina, pero eran muy pocos. La madre cambiaba huevos por mercadería en el pueblo. Todos los domingos, también asaba un pollo con papitas y batatas que despedían un olorcito muy rico que se extendía por toda la casa. Sin embargo, el pollo al horno con papas era un manjar imposible. Cuando estaba terminado y listo para comer, la madre lo ponía en una fuente, lo tapaba con un repasador limpio y lo llevaba a la casa del patrón. Todos los hermanitos se quedaban mirando con ganas de disfrutar ese manjar y al final comían puchero con el resto de la semana. Carlos no entendió nunca porque su familia no comía lo mejor que cocinaba su madre.

Hacían hasta su propio pan de harina con levadura, que guardaban en un lugar fresco con un poco de masa para usarla después. Se vivía humildemente, sin pasar necesidades, pero sin la tentadora "economía de consumo". Eso vendría después.

Carlos andaba muy bien a caballo, no en un "petiso" como los niños, sino en caballos "en serio". Su padre le había hecho un látigo de carrero, que es un látigo muy largo, para permitirle al carrero alcanzar a la segunda o tercera línea de caballos de tiro. ¿Qué significa "marear la perdiz"?... Carlos lo explica muy bien. Cuando iba a caballo por el campo la perdiz volaba unos cincuenta u ochenta metros, como máximo dos veces. Después se agachaba tratando de esconderse. Cuando Carlos la alcanzaba, comenzaba a darle vueltas y vueltas con el caballo. La perdiz entonces no corría, se quedaba quieta. Ese era el momento en que Carlos la cazaba con un golpe de su látigo. Después, las comían asadas en una parrilla.

La escuela estaba en Hasenkamp, a diez kilómetros de la casa. Desde los seis años Carlos tenía que ir a caballo. Dos leguas de ida y dos de vuelta. Al segundo año se fue a vivir con un hermano en Paraná. Al final de aquel año lectivo, volvió a la casa de sus padres y nunca más fue a la escuela. Toda la "instrucción formal" que recibió Carlos fueron dos años de escuela primaria. Sabía leer, escribir, sumar, restar y multiplicar. No aaprendió a dividir en la escuela. Sin embargo, mas adelante y por esfuerzo propio recibiria una educacion muy superior al promedio.

Cuando Carlos tenía unos 10 años, el dueño vendió el campo donde vivía su padre, que había trabajado como 40 años en aquella estancia. A modo de indemnización, el patrón le compró un terreno con una casa en El Pingo, más un carro con caballos como para que se ganara la vida.

Carlos empezó a trabajar en una panadería y almacén que estaba cerca de su nueva casa en El Pingo. Al principio movía cajones en el depósito y limpiaba a cambio de alguna propina. Su primer empleo de verdad lo tuvo a los 15 años en esa panadería, donde trabajaba desde las 4 de la mañana por 30 pesos mensuales, que se los daba a la madre. Ningún chico se traumatizaba por trabajar en aquella época. Al contrario, la "cultura del trabajo" era bien vista por todos. El fin de semana Carlos le pedía cinco pesos a la madre para ir al baile con sus hermanas. Esa plata les alcanzaba solamente para la entrada, sin tomar ni comer nada extra. Pero igual la pasaban bien bailando, se divertían a su manera y después volvían satisfechos a la casa. En esas ocasiones se usaba ropa especial o "de vestir" que generalmente la compraban fiado o en cuotas.

El Pingo era la estación de tren donde se juntaba el ramal que iba a Diamante con el que venía de Paraná y seguía hasta Concordia, pasando por Federal. Trabajaba mucha gente y todo el tiempo había viajeros esperando distintas combinaciones. A la noche, Carlos y otros muchachos se iban a la estación para aprender telegrafía en código morse, que era como se comunicaban todas las estaciones de aquella época. En poco tiempo, Carlos transmitía y recibía tan bien que de a ratos reemplazaba al telegrafista de la estación.

A los 19 años, en 1954 Carlos se fue a Buenos Aires en busca de mejores oportunidades. La madre habló con una de sus dos hijas mayores que vivían en la Capital. Le consiguieron trabajo en Hojalatería que fabricaba latas redondas, cuadradas y de todo tipo, desde las grandes de 20 litros hasta las muy chiquititas para azafrán. Carlos cargaba, descargaba camiones y hacia toda clase de tareas generales. Allí trabajo tres años, sin estar satisfecho y siempre queriendo hacer algo más interesante.

En el centro de Buenos Aires, en Azcuénaga y Perón, estaba el Instituto Politécnico de Telecomunicaciones, que funcionaba en el Colegio San José. Todos los profesores eran del personal del Correo. Carlos se anotó y estudio radiotelegrafía durante la noche. En 1955 todos los aviones y buques se manejaban por radiotelegrafía en código morse, que en Argentina se conectaban desde General Pacheco. Carlos tuvo que aprender Geografía, Meteorología, Astronomía, Husos Horarios, Traslación Solar y calcular posiciones de latitud y longitud en los mapas. Además le enseñaron electrotécnica, porque en caso de estar aislado tenía que ser capaz de reparar los equipos de transmisión. Tuvo que aprender todos los valores de resistencia, capacitores, reactancias, condensadores, bobinas etc. que estaban indicados con códigos de colores en cada unidad. Tenía que saber que funciones cumplía cada uno dentro del transmisor. En aquella época se usaban lámparas, no existía ni la palabra transistor. Tenían que saber calcular amperaje y voltaje para combinar los componentes que emitían las señales. Eran muchísimos cálculos. Tuvo que aprender a sacar raíz cuadrada a mano y cuando empezó no sabía ni dividir. Por eso una sobrinita le enseño todo lo que no había aprendido en la escuela. Cuando llego el momento de rendir el examen final, Carlos fue sobresaliente en transmisión, recepción y uso de todos los protocolos de comunicación. Había aprobado todas las materias teóricas y practicas con facilidad y buenas notas. Pero no le dieron el titulo porque no puso presentar el certificado de la escuela primaria.

A fines de 1956 los sindicatos le declararon una huelga metalúrgica al Gobierno Militar que había derrocado a Perón el año anterior. La huelga ya duraba tres meses y Carlos estaba sin trabajar en la Hojalatería. Una de sus hermanas se empezó a mover para conseguirle otro trabajo. Le consiguió una entrevista con el Dr. González Climent del Frigorífico Pampa. Cuando se presentó, le pidieron a Carlos que se presente con el Síndico de la empresa para que le tome un examen. Le dieron un cuestionario, que convirtiera Dólares y Libras Esterlinas a Pesos y finalmente que redactara una carta pidiendo trabajo.

Carlos nunca antes había usado una máquina de escribir. Hasta el día de hoy no recuerda como pudo escribir a máquina la carta, ni lo que redactó antes de firmarla. Al final le dijeron que se iban a comunicar con él para darle el resultado de su entrevista. A la semana siguiente, Carlos fue a ver al Dr. González Climent. Ya estaban en Diciembre y le informó que estaba todo bien con su examen; que se presentara a trabajar el 2 de Enero.

Aquel día, Carlos se presentó a trabajar por primera vez en el Frigorífico y esperaba que lo mandaran a cargar cajones, barrer el piso y hacer toda clase de trabajos generales como en la Hojalatería. Llamaron al Gerente Administrativo, a quien le pidieron que lo presente al personal como nuevo empleado y le indicara a Carlos su lugar de trabajo. Grande fue su asombro cuando lo sentaron en una oficina. Le empezaron a dar toda clase de trabajos administrativos, que Carlos encaraba con entusiasmo. Era como un sueño hecho realidad y siempre quería aprender más. Al quinto año de trabajo, lo ascendieron a Encargado de Sección.

El Frigorífico era como una gigantesca heladera con enormes depósitos de distintas temperaturas, donde toda clase de productos entraban y salían. La empresa vendía ese "servicio de frío" a terceros, ninguna mercadería pertenecía al Frigorífico. Por supuesto, no se mataban animales, eso vino mucho después, cuando los "mataderos" tuvieron su propio edificio de frío y entonces cambiaron su nombre a "frigoríficos".

El trabajo más intenso de la empresa era tener todos los inventarios al día, programar los envíos y recibos de distintos productos y calcular la capacidad de almacenamiento disponible de cada uno. De los trenes bajaban manzanas y peras que cargaban en camioncitos que los llevaban al frigorífico. Del quinto piso al segundo eran cámaras para frutas con norias de carga y descarga mecanizada. Se trabajaba 24 horas al día y siete días a la semana durante todo el año. De Enero a Marzo entraba la fruta, que salía los 12 meses del año para consumo en la ciudad. Llegaron a almacenar un millón de cajones de fruta de 22 kilos cada uno y hasta 40 millones de kilos de carne en la zona de congelación a 40 grados bajo cero, que se almacenaba en la Planta Baja y el Primer Piso. La carne se exportaba y tenía que llegar congelada al barco, manteniendo la cadena de frio. Como el servicio del Frigorífico era "vender frio", no solamente había carne, frutas y verduras. También recibían productos de chocolate, medicamentos de distintos laboratorios, etc. Además, en 1957 casi nadie tenía heladeras en su casa todavía. Por eso, en el Frigorífico fabricaban y vendían una enorme cantidad de barras de hielo a transportistas y vendedores ambulantes que hacían largas colas con sus camioncitos y carros a caballo en la entrada.

Toda la administración de la empresa se hacía a mano. Un ejército de oficinistas calculaba y otro ejército controlaba que las cuentas estuvieran bien hechas. Carlos se encargaba de todos los inventarios y después comenzó a emitir toda la facturación, de acuerdo al servicio suministrado y los recipientes y unidades enfriadas para cada producto, para cada cliente. Poco a poco fue sobresaliendo por su confiabilidad y eficacia. Cuando llego a Buenos Aires, Carlos empezó viviendo en Ramos Mejía en la casa de su hermana mayor, que fue como su segunda madre. Después se casó medio equivocado y casi enseguida se separaron.

En 1964, Carlos conoció a la Mama de Yoyi. Para el 25 de Mayo, Carlos había ido a visitar a sus padres a El Pingo. La mama de Yoyi también había aprovechado el feriado para visitar a sus hijos en La Paz y coincidieron en el viaje de ida, compartiendo el colectivo de la empresa Tata que solamente llegaba hasta Santa Fe. En ese tiempo, los colectivos grandes no cruzaban a Paraná. Todos los pasajeros tenían que cambiar a un colectivo más chico que entrara en la balsa a cadena. Carlos se sentó al lado de una señora desconocida. Eran las cuatro de la mañana y se levantó una niebla impresionante sobre el rio. Tuvieron que esperar una eternidad hasta poder cruzar a la isla Colastine. Cuando fueron a cruzar en la balsa del rio, se encontraron con más niebla todavía y tuvieron que esperar mucho más tiempo. Por supuesto que llegaron tarde para tomar el colectivo que los llevara al Pingo y a La Paz. Tuvieron tiempo de hablar hasta por los codos y el tiempo se les paso volando. Sacaron el pasaje de vuelta juntos para volver el domingo y llegar temprano el lunes para trabajar en Buenos Aires. Gracias a la niebla se conocieron bien, siguieron compartiendo el tiempo en todo el largo viaje de vuelta y en el año 1965 se casaron. El Dr. González Climent del Frigorífico Pampa les regalo el viaje de Luna de Miel en el Barco de Línea "Ciudad de Formosa" y pasaron diez días en el Paraguay.

Para ese entonces ella vivía con una tía en la calle Humberto Primo 1266 y una vez casados se fueron a vivir a la casa de Argerich 2542. Despues alquilaron un departamento cerca de donde vivía la tía, que de paso, a Carlos le quedaba cerca del frigorífico.

En 1967 el frigorífico decidió sistematizar con computadoras el trabajo administrativo del inventario. Tenían que calcular además, cuanto era el beneficio de cada partida, de cada mercadería, de cada cliente. Esto último solamente, requería el trabajo mensual de siete personas haciendo cálculos por quince o veinte días. El encargado responsable de ese trabajo era Carlos. En aquella época, la niña bonita del mercado era la computadora IBM /360, pero el frigorífico se decidió por una Sigma Data 4000 de Philips, que en 1963 había creado un grupo industrial de ordenadores. Era la primera que trabajaba con banda magnética en vez de tarjetas perforadas y se fabricaba en Alemania. Un profesor alemán llego a Buenos Aires a enseñarles programación al Contador, al Gerente Administrativo y a Carlos. Compraron dos computadoras por un valor total de cien mil dólares, que era una fortuna en aquella época.

Cuando llegaron los equipos, el Contador y el Gerente Administrativo poco a poco se borraron de las clases del profesor alemán. Carlos aprendió toda la programación y quedó a cargo del nuevo "Departamento de Cómputos" con nivel de Subgerencia. Eran las computadoras más modernas de Buenos Aires y estaban manejadas por una persona que tenía solamente dos años de educación primaria elemental. Carlos es un monumento viviente al autodidacta con ambición, dedicación, trabajo, responsabilidad e iniciativa y al final, se hizo cargo de toda la Contaduría de la empresa.

Progresivamente, el sistema de computación había ido copando toda la empresa. Del trabajo y programación inicial para la administración básica del frigorífico, fueron incorporando actividades de control de cash flow, balances, cuentas de pérdidas y ganancias, inventarios, movimiento diario, nómina de personal con control de horas extras, ordenes de trabajo en los talleres, inventarios de repuestos, etc.

La firma importadora de estas computadoras era Maconta S.A. Debido al éxito que tuvieron en el trabajo diario general del frigorífico en tantas actividades diferentes, los importadores llevaban de visita a sus clientes potenciales para mostrarles los enormes beneficios que se consiguieron con sus equipos. Hasta ahí todo bien, pero en aquella época no había programadores de la Sigma Data 4000 en ninguna parte. Quedaba en evidencia que el éxito del sistema era posible porque Carlos sabía lo que había que calcular y aprendió cómo programar a la computadora para que hiciera todo el trabajo.

La solución de la importadora Maconta fue pedirle a Carlos que los ayude en sus ratos libres del frigorifico. Por supuesto que aceptó encantado para dar los cursos de computación. Pero después las empresas que compraban los equipos le pedían que los ayudara a programar sus computadoras. Carlos estaba feliz y lo hacía con mucho gusto. Fue así que le hizo todo el sistema de facturación a Nivea Creme cuando recién se instalaba en Argentina. Entre sus programaciones más importantes estaban las de La Bolsa de Comercio de Buenos Aires, Drean S.A., Agar Cross, Laboratorio Scherer y el Instituto de Estudios de la Marina Mercante Ibero Americana... La gente de IBM se habría querido matar con tantos clientes importantes perdidos, en gran parte por "culpa" de Carlos.

En 1977 Carlos ya era personal jerarquizado y le daban gratificaciones, que consistían en acciones del frigorífico. También le regalaban el equivalente al Impuesto a las Ganancias, que debía invertir en Bonos Ajustables del Gobierno Nacional. Durante el gobierno peronista de los setentas, Carlos se inscribió en FOECIT y había comprado un terreno en Capital y estaba negociando un crédito hipotecario, pero no le salió nada. Al contrario, perdió la poca plata que le pidieron ahorrar. Mientras tanto, el dueño del departamento que estaban alquilando se los ofrece para la venta. Justo habían repuntado las acciones del frigorífico, las pudo vender a muy buen precio y también vendió los Bonos, con lo que se compró el departamento donde vivían.

Por muchos años, el frigorífico daba ganancias monumentales. Las acciones subían con los dividendos. Pero a partir de 1983 los mataderos ya enviaban su carne congelada al puerto. Los clientes comenzaron a construir sus propias cámaras de frio y las ganancias del frigorífico disminuyeron notablemente. En poco tiempo comenzo a dar perdidas.

Para ese momento Yoyi estaba empezando con su concesionaria y necesitaba ayuda en La Paz. Con mucho dolor, Carlos renuncio en el frigorífico, vendió su departamento y volvió a Entre Ríos el 28 de Julio de 1984. Había llegado con un poco de ropa en una valijita de cartón y ahora se volvía con auto, con un camión de mudanza lleno de muebles y la plata en efectivo de la venta del departamento. No le fue mal.

Reparó y puso en excelentes condiciones la que fuera casa de sus suegros, los abuelos de Yoyi, en la casa San Martin de La Paz. Se hizo cargo de la venta de repuestos de la concesionaria y la administración de los créditos prendarios de los autos vendidos. Termino haciendo una productora para aseguradora San Cristóbal. Era apoderado y consiguió una matrícula de productor. Después comenzó a hacer lo mismo para el Banco de Boston y tenía que viajar por todo el norte de la Provincia y Corrientes para inscribir las prendas. Carlos salió de un frigorífico y le entraba a toda clase de nuevas funciones con eficiencia, hasta que llego a jubilarse en el 2000... pero no a dejo de trabajar. Hasta el día de hoy esta con el Instituto de Seguros de Entre Ríos, tranquilo, sin horarios y con tiempo libre para disfrutar. Ya cumplió los cincuenta años de casado y felizmente sigue para adelante.

Bien merecido tiene Carlos Pereyra, el haber sido inmortalizado en la canción "Por las Costas Entrerrianas" de su gran amigo Horacio Guarany.

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