Claudia

Una tarde de 1985, Yoyi estaba haciendo instalar un gran letrero, perpendicular al edificio en su primer local, a cuatro metros de alto sobre la calle. Los trabajadores hacían los pozos en la vereda para la fundación de la estructura y algunos amigos miraban la obra muy distraídos. De pronto, pasa a una chica en bicicleta. Yoyi nunca la había visto antes.
- ¿Quién es esa chica que va en bicicleta? -Le preguntó Yoyi a Pocho Baldaccini, uno de sus habituales amigos, que reparaba y vendía motos en el pueblo.
- Es la Chinita Vidosevich.
- ¿Chinita? Pero si es rubia.
- Si, pero tiene los ojos así -Y se estiró los ojos con las dos manos hacia los costados de la cabeza.

A partir de ese momento empezó a hacer más preguntas sobre la misteriosa mujer de ojos rasgados que lo había fascinado tanto. Se llamaba Claudia Vidosevich. Iba a quinto año del secundario en el Colegio de Monjas, o sea, tendría unos 17 años. Su familia descendía de una colonia de yugoslavos que se habían instalado al Sur de la Provincia de Santa Fe. Eran de un pueblito de 2500 habitantes llamado Chovet, que está sobre la ruta 33 muy cerca de Firmat. Desde hacía seis o siete años la familia de Claudia se había mudado a La Paz. Vivían sobre la calle Brown cerca del puerto. El padre tenía una zapatería en San Martin y 9 de Julio.

Con todos estos datos, Yoyi empezó a pasar en auto por donde la podía encontrar. Frecuentemente la veía sentada frente a la puerta de la zapatería con sus amigas. Empezó a prestar atención sobre sus rutinas y a qué horas pasaba con su bicicleta. Un día compró una enorme rosa roja y en la plaza sobre la calle Echagüe, justo en frente al edificio de la Policía, se pone a la par de la bicicleta con su auto y la saluda por la ventanilla:
- ¿Vos te llamás Claudia?
- Sí -Le contestó ella sorprendida.
-Tomá, esto es para vos -Le entregó la flor y siguió viaje acelerando. Ella se paró con la bicicleta en medio de la calle, mirando la enorme rosa roja que le entregó aquel desconocido.

Cuando Claudia estaba sentada con sus amigas en la confitería, Yoyi se acercaba, las saludaba a todas y dejaba pagada toda la consumición de la mesa. Primero hablaba con Claudia cuando estaba en grupo con sus amigas y después empezaron a hablar y caminar solos. La gente del pueblo los empezaba a ver juntos.

Un tipo grande de 32 años con una chica de 17 empezaron a llamar la atención. Además Yoyi era un impresentable porque estaba separado de un matrimonio casi inexistente de su juventud. Todavía no había divorcio en Argentina. Ni siquiera se podían casar por civil frente a un juez. En aquella época, el sueño de todo padre y de toda madre, era ver a su jovencita hija con vestido blanco entrando a la iglesia.

Yoyi se levantaba temprano, compraba un chocolate y esperaba a una cuadra que salga Claudia de su casa y la acompañaba hasta la puerta del colegio. Un día salió la monja Superiora por la puerta principal.
- Es una vergüenza que un hombre como usted esté trayendo a una alumna de este colegio -Le gritó la monja.
- Hermana, son las siete de la mañana, estamos en la calle y no faltamos a la moral ni las buenas costumbres -Le contestó Yoyi, bastante confundido.
- ¡Vamos! -Le dijo la monja a Claudia, y del brazo se la llevó adentro del colegio.
Después, una vez que todas las alumnas estaban formadas en el patio, la monja les hizo un largo sermón sobre "ciertas relaciones que no pueden ser mantenidas".

Yoyi tenía una moto muy grande que usaba cada tanto y a los pocos días del incidente con la monja, iba circulando por la calle España, frente al local de los Custer. De pronto un auto lo cierra contra la vereda y se baja el padre de Claudia con un palo. Le empezó a gritar que deje a su hija en paz o lo iba a cagar a patadas. Mientras le decía que era un degenerado y otros piropos como ése, le pegaba con el garrote al tanque de la moto. Yoyi se quedó quieto, sin decir nada y derechito con las manos agarradas atrás, para que el padre ni piense que lo iba a agredir.
Para colmo, al frente de la otra vereda era la casa de Joseline Spizer, la novia de su amigo Polilla Thompson y justo los dos estaban en la puerta. Presenciaron y escucharon lo que decía el padre de Claudia mientras le pegaba al tanque de la moto. Pelusa se revolcaba de la risa y en minutos toda La Paz sabía lo que había pasado con lujo de detalles. Yoyi tiene que haber estado muy enamorado para bancarse las interminables cargadas de sus amigos y ser la comidilla del pueblo por que se había comido los mocos de forma miserable frente al padre de Claudia.

Después Claudia desapareció de La Paz. Nadie sabía a dónde la había llevado su familia. Pero todos sabían por qué, incluido Yoyi. Cualquiera se hubiera dado por vencido. Pero Yoyi jamás. La Mamá de Claudia era modista de alta costura y tenía varias costureras trabajando con ella. El secreto no iba a durar por mucho tiempo.

Finalmente le cuentan a Yoyi que Claudia estaba en Chovet, con la familia de su madre a unos ochocientos kilómetros de La Paz. Las relaciones en un pueblo chico siempre están entrecruzadas y una amiga de Yoyi estaba casada con un amigo del padre de Claudia. Por eso, Yoyi consiguió el teléfono de una prima de Claudia en Chovet. La llamó y por supuesto, la prima que sabía todo lo que pasaba. En seguida simpatizó con la causa de aquel amor imposible y organizaron un encuentro... ¡en el cementerio de Chovet!... que estaba como a cinco kilómetros de aquel pueblito.

Yoyi se fue a buscar a un amigo que siempre estaba disponible y le pregunta:
- Polilla... ¿Qué tenés que hacer mañana?
- Casualmente nada -Le responde Polilla Thompson, que nunca tenía nada que hacer.
- Acompañame hasta Chovet.
- ¿A dónde...?
- Hasta el pueblo donde se la llevaron a Claudia. Voy a tratar de verla y a lo mejor te necesite de intermediario.

Al día siguiente salen de viaje Yoyi, Pelusa y Joseline. Pincharon una goma y la tuvieron que cambiar bajo la lluvia. A la noche llegaron a Firmat y solamente encontraron lugar y pudieron alojarse en un hotel espantoso, que estaba frente al Club Argentinos de Básquet. Eran habitaciones con baños compartidos. No pudieron dormir bien, porque como a las tres de la mañana, Polilla empezó a los gritos desde el baño, llamando al conserje porque se había acabado el papel higiénico. Es muy difícil contar una historia romántica con estos personajes. A ningún guionista le hubieran aceptado estos hechos que son de la vida real.

Desayunaron y como a las ocho de la mañana llegaron al cementerio. Al poco rato aparecieron Claudia y su prima, como habían acordado. El grupo se alejó. Claudia y Yoyi pudieron conversar como una hora, hasta que la prima dijo que ya se tenían que volver al pueblo. Se despidieron y de ahí en adelante sólo se comunicaban por carta. Yoyi se las mandaba a la casa de la prima y Claudia le contestaba. Él las guardó a todas y las tiene todavía. Algunas canciones cuentan tu vida sin querer y hoy Yoyi se emociona cada vez que escucha Cartas Amarillas de Nino Bravo.



Pasaba el tiempo y mucha gente recomendaba a los padres de Claudia que aflojen y permitieran la relación. La situación preocupaba mucho a su mamá Norma, porque tenía miedo que la hija se aleje y podía perderla definitivamente. Era inevitable y Claudia apareció de nuevo en La Paz. Ya tenía libertad para andar y salir por el pueblo. Podían encontrarse y hablar en público sin que estalle una tormenta. Pero Yoyi quería hablar con los padres, para que lo conozcan cómo era verdaderamente y se les borre la horrible imagen que se habían formado de él.

Por fin un día lo recibieron en la casa de Claudia. Se sentó frente a los padres y les habló con toda franqueza. Les pidió disculpas por todas las penurias que había ocasionado en la familia, pero que estaba realmente enamorado de Claudia y quería que fuera su mujer para toda la vida. Después de haber "formalizado" el noviazgo, ya andaban juntos por todos lados sin problemas. Yoyi era invitado a almorzar en la casa de Claudia y empezaron a buscar una casa para vivir juntos.

En aquella época, mucha gente famosa de Argentina se casaba por segunda vez en Paraguay. Para medio arreglar la situación de la pareja, hicieron un viaje a las Cataratas del Iguazú. Después pasaron por la Triple frontera hacia Foz de Iguazú y de allí hasta Ciudad del Este. Encontraron un Juez que les cobró buen dinero y volvieron a La Paz con una Libreta de Casamiento, que era reconocida en todo el mundo menos en Argentina. Pero tuvieron suerte, porque al año siguiente el Gobierno de Alfonsín aprobó la Ley de Divorcio en Argentina. Yoyi fue una de las personas que primero se divorció en La Paz.

Cuando ya pudieron casarse, fueron al Registro Civil con su primera hija Florencia en brazos, que había nacido en 1987. Ya eran una familia normal y con derecho a ser felices legalmente.

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