En Buenos Aires

Ya de nuevo en Buenos Aires, Yoyi comenzó a revisar los avisos clasificados en busca del trabajo mejor pagado. Pero la triste realidad era otra. Cada mañana hacía cola en los lugares que ofrecían los montos más atractivos de aquella época, pero eran todos trabajos de ventas de terrenos en la costa, de repartir folletos de publicidad y la gran mayoría para vender libros a domicilio.

Una de las "changas" más útiles para su vida, fue un reemplazo como vendedor de una casa de ventas de jeans, o "vaquerías" como se las llamaba en aquella época. El negocio estaba en Corrientes y Pasteur y solamente estuvo trabajando menos de un mes. Fue tiempo de sobra para aprender cómo era el negocio, la preferiencia de los clientes, lo talles más populares y quiénes eran los principales proveedores de esas prendas de vestir que hacían furor entre la juventud. Así conoció a los mayoristas que tenían las franquicias de Levis, Lee y Robert Lewis. Los representantes de Levis estaban en la Galería Internacional de Once, que era propiedad de los Hermanos Todres y era el lugar donde se vendía mucha ropa importada.

Después trabajó en la venta de la revista VISIÓN, una publicación de actualidad y política que era propiedad del periodista Mariano Grondona. En los años setenta hubo gobiernos militares y peronistas. Economistas como José Ber Gelbard y José Alfredo Martínez de Hoz daban mucho que hablar. La economía nacional estaba subordinada al enorme aparato estatal, con toda clase de normas y regulaciones que pretendían manejar el mercado local, el comercio exterior y toda clase de actividades ecomómicas. Había que estar muy bien informado para no fundirse. Quizás por la fama de Grondona, o porque le vendieron bien el producto, Yoyi aceptó el desafío. Al final le sirvió de mucho.

El target de la revista eran profesionales, ejecutivos, industriales, comerciantes importantes y renombrados. Los obstáculos eran los encargados de edificios, las secretarias de cada personaje y toda clase de empleados detrás de un escritorio. A Yoyi lo entrenaron bien, le enseñaron técnicas de ventas y muchas maneras de sortear los obstáculos que rodeaban a la gente importante. Mientras tanto, con los avisos clasificados probaba una y otra vez en cuanta posibilidad creía que era mejor que lo que estaba naciendo.

"Plata y miedo no tuve nunca", decía su amigo Roberto Mallamace y Yoyi lo adoptó como propio. El día que salió publicado el aviso del Banco Do Brasil, no dudó en ponerse en la cola, hacer la entrevista y el examen de prueba con absoluta confianza en sí mismo. Todas sus respuestas fueron positivas. Pasó con éxito la prueba de mecanografía. Quizás por la determinacion mostrada, o por alguna cuota de fortuna, fue elegido para el puesto. Era un trabajo definitivo, fijo y en una institucion bancaria extranjera de primer nivel. Era como tocar el cielo con las manos.

Debido a las vicisitudes pasadas, vividas y sufridas, el objetivo principal de Yoyi no era solamente el de trabajar, sino de forjarse un futuro lo más sólido posible. Por lo tanto siempre tuvo hambre de realizaciones, de logros, para lo cual debía demostrar toda su capacidad. Tenía claro que en la vida, para exigir primero hay que demostrar.

Lo destinaron a la sección "Giros y Transferencias al Exterior", que era un piso completo del edificio donde estaba todo lo relacionado al Comercio Exterior, Importaciones, Exportaciones, Giros, Transferencias Bancarias, etc. Luego de una semana de adiestramiento le asignaron un lugar en el mostrador de atención al público. Tenía que atender a muchísimos brasileros, por lo tanto tomó un curso acelerado de portugués.

Desde el primer día comenzó a trabajar con énfasis, fuerza, ganas y entusiasmo para lograr el objetivo trazado. Su energía y productividad no pasaron desapercibidas. Una tarde se le arrima un empleado del gremio de los bancarios para pedirle que "levante la pata del acelerador" porque estaba obligando a todos los empleados más viejos a producir lo mismo y ellos ya tenían un ritmo del que no querían salir.

La primera reacción de Yoyi fue de sorpresa. Primero le dijo que nunca se aprovecharía ni sacaría ventaja de quienes le pagaban para producir. Que el Banco le prodigaba una vida digna, como la que hacia mucho tiempo estaba buscando. Que jamás volviera a insinuarle algo semejante. A medida que hablaba le iba subiendo la bronca y cuando ya casi estaba al borde de tomarlo del cuello le pidió que se retirara, cosa que el sindicalista hizo con mucho gusto.

Yoyi aprendió rápidamente cuáles eran los valores del viejo y enquistado sindicalismo, que no estaba preocupado por mejorar las condiciones laborales de sus afiliados, sino que quería emparejar hacia abajo. Los dirigentes gremiales, valiéndose de sus fueros y conquistas, solamente perseguian sus propios intereses personales.

La mayoría de quienes llegaban del interior eran personas respetuosas, discretas y ubicadas. Por su forma de ser, Yoyi se ganó el respeto de sus compañeros y tuvo un montón de amigos como Héctor Chamadoira, Héctor Lucio, el Negro Ávalos, chaqueño de Quitilipi y Jose Gillesen, misionero de Capioviciño en el límite con Brasil. Si bien no era el único del interior, cuando llegó Yoyi lo llamaban cariñosamente "El Payuca".

Su mejor amigo de aquella época fue Hagop Kopoukian. Cuando Yoyi lo conoció, Hagop tenía unos 52 años y era Jefe de Departamento. También había sido arquero Selección de la Liga Universitaria Uruguaya de Futbol.
Quiso ser médico, estudió la carrera de escribanía y terminaría jubilándose como bancario. Un verdadero personaje que para todo tenía una solución, una palabra de aliento o una salida jocosa. Era una persona de las que jamás pasan desapercibidas en ningún lado y al que Yoyi aprendió a querer, respetar y necesitar.

La población armenia de Hadjin tenía 35 mil habitantes y después del genocidio cometido por el gobierno turco entre 1915 y 1923, quedaron 6 mil. Pasaron hambre, miseria y sufriendo las más grandes vejaciones. Los últimos mil hadjentzí lograron escapar por las montañas arriesgándose en épocas de deshielo y sólo unos 500 lograron desperdigarse por todo el mundo. Entre ellos que estaban los padres de Hagop. La otra mitad fue víctima de las inclemencias de la naturaleza. Los sobrevivientes se refugiaron en Estados Unidos, Francia y el Rio de la Plata. Siempre decia: “Me siento primero hadjentzí, después armenio y, por último rioplatense”, pero en realidad, había nacido en el Líbano en diciembre de 1923, poco después que sus padres lograran escapar de Hadjin.

Contaba Kopuchian: "Cuando tenía cinco años jugaba a la pelota en la calle y elegí el arco. Una vez en Montevideo empecé en la Selección de la Liga Universitaria, después jugué en Rampla Juniors en Nacional y pasé al Montevideo Wanderers Fútbol Club donde salimos campeones en 1952. No era una figura descollante, pero algún atributo tendría… Cuando ingresé al banco prácticamente dejé de jugar y comencé en la liga bancaria como un hobby. Mi vocación principal fue, en realidad, ser médico, sin embargo por influencia de mi cuñado me inicié para ser escribano, pero cuando ingresé al banco y vi la guita…” y se reía a carcajadas. El destino lo llevó a Buenos Aires en 1959 para desempeñarse en la sucursal porteña del Banco Do Brasil, razón por la cual tuvo dos hijos y dos nietos argentinos.

El horario de entrada del personal en el banco era desde las 10 de la mañana hasta las 18 horas. A las 16 terminaba la atención al público y todos salían a disfrutar de una media hora paseando por calle Florida, que en aquellas época era la única peatonal en Buenos Aires. Yoyi y Hagop caminaban hasta la esquina de Sarmiento, donde tomaban algo de parados en el Café Valerio. Lo atendían lindas chicas con pantalones o minifaldas muy cortitas color azul francia. Ellos eran habitués, siempre con sus impecables trajes oscuros, muy típico de los bancarios. Hagop era un maestro de la vida, lleno de ejemplos y dichos acordes para cada circunstancia. Siempre decía que "para sumar en la vida hay que saber dividir", lo que Yoyi pudo comprobar en el tiempo y la distancia que era una enorme verdad.

En aquella época sin internet, no existía Twitter, ni Facebook ni WhatsApp. Las personas se separaban y simplemente no volvian a tener más noticias uno del otro. Yoyi siempre recordó con nostalgia a su gran amigo Hagop y no podía dejar de emocionarse y reprocharse que en su agitada vida no pudo mantener los contactos y relaciones con la gente que lo ayudó y le enseñó tanto durante sus jóvenes años. Mucho después, cuando estaba viviendo nuevamente en La Paz, Yoyi nunca se enteró que en el obituario de La Nación del 24 de mayo de 2014 anunciaban la muerte de Hagop acaecida el dia 21.

Un par de meses antes de comenzar su trabajo en el banco, Yoyi ya alquilaba un monoambiente en el tercer piso de Corrientes 3647, a media cuadra de Billinhurst y a tres del Mercado de Abasto Central, donde estaba la entrada de la estación Agüero del subte que tomaba todos los días hasta Florida. Caminaba solamente tres cuadras hasta Cangallo donde estaba el banco. En 1977 el Banco Do Brasil inauguró su propio edificio en San Martín y Sarmiento, que en su momento fue uno de los más altos de la Argentina. Hoy el edificio ya no pertenece al banco, que ocupa solamente dos pisos del mismo.

Mantenerse en Buenos Aires no era fácil y Yoyi ya se había independizado económicamente de su madre. El sueldo apenas le permitía la subsistencia. Aprovechaba cada oportunidad de hacer horas extras en el banco, pero su hambre de logros jamás se saciaba.

El Negro Ávalos era su jefe directo y juntos organizaron algunos trabajos para empresas brasileras relacionadas con el banco. Desde la década del setenta, las empresas de transporte brasileñas ya dominaban el transporte bilateral, porque eran más desarrolladas comercial y operativamente, contaban con mayor y más modernas unidades, instalaban sucursales en Argentina para la captación de cargas, otorgaban facilidades de pago a los usuarios y en general se caracterizaban por ejercitar una comercialización más agresiva de sus servicios. Para favorecer a las empresas nacionales, el Estado Argentino les ponía toda clase de palos en la rueda a través de normas y regulaciones.

Los transportes internacionales como Rodoviaria, Pirineus, El Corsario Rojo, Transpesca y otros, mayormente traían bananas de Brasil y llevaban manzanas de Río Negro. En esa época había varias cotizaciones del dólar y una enorme burocracia establecida por el Banco Central de Argentina. Con el Negro Ávalos se habían estudiado todas las normativas del banco y les ofrecian a los brasileros sus servicios particulares para que puedan cobrar todos sus fletes. Fuera de horario del banco iban a las oficinas de las empresas, les ponían en orden todos los papeles y conseguían un ingreso adiciomal muy interesante.

Después extendieron sus servicios a la empresa de transporte de pasajeros Pluna Conforto e Turismo que estaba en Córdoba y San Martín . Tenían que confeccionar largas listas de cada viajero con muchísimos datos en planillas enormes, que había que llenar con máquinas de escribir de carro doble o triple ya que todavía no existian las computadoras.

Después de cumplir con el horario del banco, desde las siete de la tarde hasta medianoche trabajaban en estas empresas. Yoyi llegaba a su departamento a la una de la mañana y a las 8:30 se tenía que volver a levantar para no llegar tarde al banco y perder el incentivo de presentismo. Así se trabajaba por aquellos dias para que alcance el dinero.

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