Toto Yabrán

Nallib Miguel Yabrán y Emilia Tufic Marpez eran un matrimonio de inmigrantes libaneses que se establecieron en Villa Larroque, una pequeña estación del tren en la provincia de Entre Ríos. Tuvieron diez hijos, cinco varones y cinco mujeres.

El mayor de los varones, a fines de los 50´s se recibió de Maestro y ejercía su profesión. El segundo de los varones se recibió en el secundario y trabajaba en el Ferrocarril. El tercer varón era Toto. De adolescente corría en bicicleta con el pseudónimo de Yabito, por el diminutivo de su apellido.

Cuando Toto tenía 16 años, tuvo un accidente con la bicicleta y se lastimó gravemente su rodilla. Le hicieron muchos estudios médicos. Desde otra habitación, escuchó que el médico le decía a su madre que había que tener mucho cuidado con el muchacho porque tenía el corazón muy grande.

En aquella época, los problemas personales no se hablaban. Hubiera sido fácil aclararle al muchachito que era un malentendido. Pero nadie sabía que Toto había escuchado al médico y él tampoco dijo que ya se consideraba poco menos que un condenado a muerte en plena juventud. Su depresión fue inmensa. No quiso ir más al colegio.

El padre estaba enojadísimo por el capricho de su hijo y le pidió ayuda a su amigo el comisario para que le dé un escarmiento. Un policía lo pasó a buscar a Toto por su casa y lo llevó a la comisaría. Lo sentaron en un banco y lo hicieron esperar como una hora. El muchachito estaba aterrorizado. En aquella época no era normal ser citado de esa manera a la comisaría, donde solamente pasaban ladrones y criminales. En el pueblo de Larroque no había delincuentes ¿Qué crimen había cometido él? ¿De qué lo acusaban?

De pronto se abrió una puerta y se asomó el comisario, que le dijo en tono enojado:
- Vení para acá vos… sentate aquí.
Le señaló una silla frente al escritorio. Entonces el comisario se sentó en su sillón, se echó para atrás y le preguntó de mala manera, mirándolo fijo:
- Qué te pasa a vos, que no querés ir más al colegio ¿Creés que se puede vivir bien sin terminar el secundario?

Toto se largó a llorar desconsoladamente. No podía hablar. No le dijo que se iba a morir. El comisario se compadeció del muchachito y hablándole de buena manera llegaron a al acuerdo de que iba a ir al colegio por una semana más, antes de tomar una decisión definitiva.

El padre también cambió de actitud. A pesar de que pensaba que su hijo estaba muy equivocado, habló con un viejito, el zapatero del pueblo, para que lo tomara a Toto como aprendiz.

El zapatero hacia un arreglo, se iba a entregar los zapatos, cobraba por el trabajo y de vuelta pasaba por el boliche del pueblo, donde pasaba el resto del día, tomando hasta que se le acababa la plata. Todo un personaje.
Toto empezó lustrando los zapatos. Fue aprendiendo a arreglarlos y en poco tiempo ese trabajo no tenía secretos para él. Trabajó un tiempo con el viejito y después puso su propio taller zapatero.
Le fue muy bien con su negocio nuevo. Todo el pueblo arreglaba sus zapatos de cuero con Toto, que en su juventud pudo tener buenos ingresos, no le faltaba nada y podía ahorrar bastante dinero. Era una época gloriosa de Argentina, un país donde cualquiera podía ganar plata trabajando en cualquier cosa.

El cuarto hijo varón era Alfredo, cinco años menor que Toto. Un muchachito muy inteligente que terminó el secundario y se fue a Buenos Aires. Empezó a trabajar con computadoras, algo que en los años 60´s era una rareza. Se usaba la IBM /360, un bastidor enorme sobre un falso piso perforado desde donde salía aire acondicionado para enfriar los equipos y en la parte de atrás había un infierno de cables que conectaban unos módulos con otros en el orden establecido por un programador. Cada vez que los bancos querían cambiar la tasa de interés, lo llamaban a Alfredo para que les arregle la computadora. No le faltaba trabajo, porque la inflación del país iba para arriba y para abajo a cada rato.

Un día Alfredo tuvo un problema de salud y tenía que hacerse unos estudios médicos que costaban diez mil pesos. Le pidió ayuda al padre, que no le creyó porque “ese vago quién sabe en qué se lo va a gastar”. Toto, que andaba muy bien con su taller de zapatos, no dudó y le mandó a Buenos Aires los 10.000 pesos que necesitaba su hermano. Desde entonces, Alfredo quedó eternamente agradecido con él, un detalle fundamental en la vida futura de Toto.

Desde la década de 1970 surgió en Argentina una nueva generación de emprendedores que, de golpe, ganaban fortunas como empresarios prebendarios, consiguiendo arbitrariamente ventajas o beneficios de los gobiernos de turno, mientras que algunos funcionarios se enriquecían inexplicablemente. Se garantizaban monopolios o se establecían ventajas sobre los demás competidores, cobraban lo que querían y se ganaba plata a lo grande. Podían ser actividades de producción, servicios o negocios. Todo resultaba posible con un padrino político, o no se podía plantar ni un arbolito. Mientras se formaba esta generación de nuevos ricos, al mismo tiempo apareció una nueva generación de funcionarios, jueces, sindicalistas, y gestores o intermediarios de toda clase que se volvían extremadamente ricos de un día para otro.

Como la mayoría de la generación de nuevos ricos de Argentina, Alfredo realizó su meteórico ascenso económico con el Gobierno Militar, con Alfonsín y con Menem. Era una persona desconocida en Argentina, pero tenía empresas importantes como Ocasa, Oca y Juncadella, entre muchas otras. Era una compleja organización que le permitía trasladar cualquier cosa de puerta a puerta y el dinero entre los bancos, todo vigilado con mano de hierro por un temerario equipo de seguridad.

También compró campos con una empresa agrícola que se llamaba “Yabito”, como el nombre de su hermano cuando corría en bicicleta, el que le había prestado diez mil pesos. Puso a su hermano Toto como uno de los tres administradores de los campos, que llegaron a totalizar 65 mil hectáreas.

Todo iba bien hasta que Alfredo se peleó con el Ministro de Economía por culpa de Federal Express, que quería instalarse en Argentina. Domingo Cavallo, en su comparecencia ante la Cámara de Diputados en 1995 dijo que Alfredo Yabrán era un mafioso ¿Quién es Yabrán? Se preguntaba todo el mundo. Nadie lo conocía. No había fotos de él.

El 16 de febrero de 1996, en las playas de Pinamar, Jose Luis Cabezas tomó disimuladamente una foto de Alfredo y su esposa María Cristina Pérez. El 3 de marzo la revista Noticias publicó la foto en su tapa. El rostro de Yabrán fue conocido por todo el mundo.
El fotógrafo Jose Luis Cabezas fue asesinado el 25 de enero de 1997. El escándalo fue monumental. Su homicidio se convirtió en el mayor emblema de la lucha de la prensa argentina en favor de la libertad de expresión.

El 2 de febrero de 2000, los cuatro integrantes una la banda llamada "Los Horneros" de La Plata, el jefe de Seguridad de Alfredo Yabrán, y dos policías fueron condenados a cadena perpetua por el crimen de Cabezas. (Nota: veinte años después estaban todos libres)

Yabrán había sido denunciado como el autor intelectual del crimen. Cuando la policía fue a buscarlo a una estancia cerca de la Aldea San Antonio, el 20 de mayo de 1998 Alfredo se suicidó con un tiro de escopeta.

Al poco tiempo, la familia de Alfredo se alejó de los Yabrán de Entre Ríos. La relación familiar se quebró y los sobrinos cortaron relación con sus tíos. De hecho, cuando Toto inauguró su hotel Aguay en Gualeguaychú, ninguno de la familia de Alfredo asistió al evento.

El diario Clarín publicó en 2002 que Felipe “Toto” Yabrán había dicho: “Me echaron al diablo”. Ya no era administrador de los campos, pero mientras duró pudo conseguir una buena situación económica personal.

Cuando todavía era uno de los administradores de “Yabito”, Toto Yabrán tenía que ir muy seguido a La Paz. El principal motivo de los viajes era entrevistarse con el rematador de hacienda Muguruza.

Después se iba a ver a Leonardo Miguel Canepa (Padre) porque se conocían desde que eran chicos y tenían una excelente relación.

Finalmente lo visitaba a Yoyi, para hablar animadamente de cualquier cosa que estuviera vigente y se les iban las horas sin darse cuenta. Inevitablemente, un día surgió el tema de las termas. El proyecto estaba parado y no aparecía ningún inversor para sacarlo adelante. Entonces Yoyi lo llevó hasta la perforación de La Curtiembre, donde se derramaba inútilmente un montón de agua termal. Cuando ya estaban por volver, le preguntó:

- ¿Por qué no te animás vos, Toto?

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