La Vaquería

Yoyi se adaptó bien a la vida de Buenos Aires, pero no le gustó nunca. Por supuesto que hoy le encanta ir unos días, alojarse en un buen hotel, moverse en taxi y disfrutar de los buenos restaurantes, teatros y miles de oportunidades que te brinda esa gran ciudad para pasar buenos momentos. Pero otra cosa muy distinta es "rajar los tamangos buscando ese mango que te haga morfar". Hay que hacer cola para dormir, cola para comer, cola para el subte, cola para el colectivo, cola para el baño y cola para el motel. En el subte te empujan, te patean, te pisan y en el el colectivo hay que viajar hasta colgado de los estribos.

Esa rutina diaria lo asfixiaba y cada vez que podía se hacía una "escapadita" para La Paz. Allí dejaba de ser un desconocido rodeado de muchos desconocidos. Se volvía a sentir una verdadera persona. Caminando por la vereda sabía quien venía de frente, y el otro también sabía quién era Yoyi. Eso no tenía precio.

Don Ludovico Mita estaba casado con María Montenegro, hermana del Abuelo que lo crió a Yoyi. Era el Tío que ayudó a la Mamá cuando recién llegó a Buenos Aires. Tenía dos hijos, Jorge y Mario. Jorge era un poco mayor que Yoyi y era un porteño muy canchero, con mucha calle, buena pinta y un buen trabajo en el Banco de la Provincia de Buenos Aires. Encima de todo, tenía un Fiat 600. Obviamente, cada vez que Jorge salía en su fitito para La Paz, Viajaba con Yoyi.

Salían un viernes a la una de la tarde, escuchando toda la música de la época en un extraordinario equipo de "magazine" que muy poca gente tenía. Pasaban por Rosario, Santa Fe, el Túnel a Paraná y llegaban a La Paz el sábado a la mañana. Se volvían el domingo después del almuerzo y estaban a tiempo en Buenos Aires, justo para ir a trabajar el lunes a la mañana.

Muy seguido Yoyi llegaba a La Paz, a veces con Jorge y a veces solo, después de un interminable viaje en colectivo. Se juntaba con los amigos de siempre en "Cenci", que era la confitería más popular en la plaza, justo en frente de la Municipalidad. No perdía las esperanzas de volver a vivir en su pueblo y siempre estaba pendiente de encontrar un medio de vida local. Nunca había nada. Regresaba a Buenos Aires y volvía una y otra vez.

Yoyi comenzó a prestar atención al negocio de los jeans. El jean, como ropa de trabajo de lona reforzada con remaches, fue patentado en Estados Unidos por un inmigrante alemán llamado Levi Strauss en 1873. Hubiera pasado para el olvido, pero en la década del 50, los jóvenes norteamericanos empezaron con la moda de usar el jean, popularizado por los grandes "rebeldes" de la pantalla del cine: Marlon Brando, James Dean y hasta la mismísima Marilyn Monroe.

En Argentina se popularizó recién a principios de la década del 60. Los primeros made in Argentina llevaban la marca Far West y salieron a la venta entre 1962 y 1963. También los publicitaban para la juventud.

Por primera vez la gente empezaba a vestir "ropa de marca". Durante veinte años, se sucedieron diversas marcas de jean. Cada marca que aparecía en el mercado superaba en prestigio a la anterior. Los viejos "vaqueros" Far West de los ‘60 hacia fines de la década fueron superados por los Lee. Después Levi’s superó a Lee, Wrangler superó a Levi’s, y luego Calvin Klein superó a Wrangler. Los comerciantes de aquel entonces celebraban el boom textil que desataron en el país.

Los vaqueros Far West, de fabricación nacional, estaban hechos de lona zanforizada, eran resistentes y no encogían con el lavado. Eran más bien prendas de trabajo. Nadie podia andar con un Far West viejo y roto. Se podían comprar en cualquier tienda.

Los Lee importados, en cambio, estaban hechos con una tela visiblemente diferente, eran mucho más caros y los vendían en las "Vaquerías" de las grandes ciudades. A diferencia de los Far West, se identificaban por descolorarse con el uso y tomaban apariencia de gastado. Nadie quería andar con un Lee nuevo, tenía que tener apariencia de viejo y descolorido. Los jóvenes los gastaban con piedra pómez. Hasta podían estar medio rotos y eso era el summum de la moda.

Los universitarios usaban los Lee con alpargatas bigotudas y camisas caqui con charreteras. Si encima hablaban de la aventurera vida del Che Guevara se levantaban todas las minas. Y las mujeres no querian ser menos en vestirse al día. Se veían mucho mas sexy y cancheras con los Lee de "tiro bajo" que con un rudimentario Far West de cintura alta. La publicidad les decía: "Lee identifica".

Desde 1970, Lee hizo universal del negocio de los jeans y comenzó a abastecer internacionalmente, todos los ciclos de la moda juvenil. Exportaba a 82 países fuera de Estados Unidos, entre los cuales estaba incluída Argentina.

Los jóvenes de La Paz, en 1974 podían ver toda la publicidad por televisión en blanco y negro. Llegaba débilmente la señal del Canal 7 desde Paraná y del Canal 13 de "Santa Fe de la Veracruz".



No podían comprar esos nuevos productos en las tiendas del pueblo. Sólo unos pocos privilegiados podían trasladarse y comprarlos en las "Vaquerías" de Buenos Aires. El boom textil no funcionaba para ellos. No había un negocio a mano donde poder mirar y probarse todas las atractivas prendas que se veían por TV. La Paz estaba muy apartada del nuevo consumo masivo que se expandía por todo el mundo en aquella época.

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El negocio potencial y probable fuente de ingresos para vivir en La Paz estaba identificado. En sus viajes al interior había descubierto un nicho de mercado insatisfecho. Pero Yoyi vivía al día, aún con changas y horas extras. Tenía solamente 23 años, muchos sueños y nada de capital. Quizás algun día...

Ese día llegó un sábado a la mañana, cuando estaba en el banco haciendo horas extras, sentado en un escritorio frente a frente con Héctor Chamadoira, que en ese entonces tenía unos 48 años de edad. En un determinado momento, interrumpiendo la rutina del trabajo, Héctor levanta la vista con el seño funcido y le dice a Yoyi:

-Che Payuca… ¿Por qué entraste a trabajar en este banco? ¿Cuáles son tus expectativas?

-Imaginate -le contestó Yoyi, muy seguro- yo soy un tipo del interior, no tengo chances en mi pueblo, no estoy estudiando en la Universidad. Anduve yirando por un montón de trabajos con estas agencias de colocaciones hasta que conseguí este trabajo en un banco de prestigio, con un buen sueldo… Mientras tanto –le aclaró- estoy viendo a ver qué pasa, a ver si me surge alguna otra oportunidad en la vida.

Héctor lo miró muy serio y pensativo, como dudando de seguir hablando del tema. Finalmente respiró hondo y le dijo:

- Vos sabés que yo entré a este banco cuando tenía tu edad y con tus mismas expectativas. A lo largo de 25 años conocí a mi mujer, formamos una hermosa familia y tuvimos hijos. No me fue mal. Tengo un Puegeot 504 nuevo en el estacionamiento, por ser un buen empleado me dieron un crédito en este banco y me hice un lindo chalecito en Castelar. Puedo decir que no me falta nada. Pero aquí estoy un sábado, haciendo horas extras con vos para poder vivir un poco mejor.

Hizo una pausa, porque era muy fuerte hacer un análisis tan profundo y descarnado de su vida. Entonces continuó:

- Yo tenía proyectos interesantes a los 23 años. La pena no fue no conseguirlos… sino, no haberlo intentado. A esta altura de mi vida ya no puedo arriesgarme en una aventura. Mis responsabilidades no me permiten ahora tener un fracaso. No lo hice en su momento y ahora ya es tarde.

A veces, hay momentos especiales que son determinantes en la vida de cada persona. Héctor Chamadoira le cambió la perspectiva a Yoyi, sobre cómo encarar su destino de allí en adelante: "no dejes para mañana lo que hay que hacer hoy, o no lo harás nunca"

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Realmente había que ser muy audaz para abandonar un buen empleo, en un prestigioso banco de Buenos Aires y con muy buenas perspectivas de hacer una gran carrera. Encima, Yoyi tenía planeado renunciar... ¡para vender vaqueros casa por casa en un pueblito de Entre Ríos! Cosa de locos, era algo "irrazonable".

Cualquier persona que lo quisiera bien, le hubiera dicho a Yoyi que no lo haga. Que tenga en cuenta lo que le dijo Héctor Chamadoira pero sin volverse loco, que el tren no pasa dos veces en la vida y que no arruine esa enorme oportunidad en el banco, que le había regalado el destino.

La doctrina Hindú dice que en la vida hay que dejarse llevar por la intuición más que por el razonamiento. Lo explican por medio de la reencarnación. Según ellos, todos tenemos varias vidas anteriores, de las cuales no nos acordamos conscientemente, pero en el inconsciente tenemos guardadas todas las experiencias vividas. Las almas viejas, que se han reencarnado muchísimas veces, tienen tanta experiencia acumulada que siempre deciden correctamente. Sin pensar saben lo que deben hacer, aprenden fácil cómo hacerlo y en la vida todo les sale bien. En occidente lo explicamos diciendo: ¡Qué suerte que tienen algunos!

Yoyi desconocía esta doctrina, pero una y otra vez en su vida, cada vez que se ha dejado llevar por la intuición las cosas le salieron bien. Quizás él no lo sepa, pero bien podría ser una alma vieja.

Sin querer, tuvo unos cuantos días para pensar en sus planes. Le dio un dolor muy fuerte y se fue al Policlínico Bancario, que estaba frente a la placita donde jugaba al fútbol en sus tiempos de estudiante en el la Escuela Superior de Comercio Nº 3 “Hipólito Vieytes”. Le diagnosticaron apendicitis y lo operaron inmediatamente. Cuando le dieron el alta estuvo convaleciente unos días en la casa de su madre.

Después de la charla con Héctor Chamadoira aquel sábado por la mañana, Yoyi sabía lo que debía hacer, pero no tenía capital. Vivía al día y no tenía ahorros. Aprovechando la coyuntura de esa época tan desventurada de Argentina, entrevió una posibilidad. El dirigente gremial de los bancarios era Zanola, el mismo que mucho tiempo después terminara preso, procesado como jefe de una asociación ilícita, que cometió distintos fraudes con medicamentos. En aquellos años Zanola le estaba haciendo la vida imposible a los Bancos, que trataban de reducir sus operaciones y deseaban desprenderse de algún personal. Por eso Yoyi se acercó al Negro Ávalos y le pidió que negocie su renuncia. Le consiguió una pequeña indemnización de tres o cuatro sueldos porque tenía poca antigüedad. Yoyi no dudó en aceptar la oferta y salió por la puerta grande con un puñado de pesos en la mano.

Una de las tantas changas que había tenido Yoyi antes de trabajar en el banco, fue un reemplazo como vendedor de una Vaquería en Corrientes y Pasteur, del Barrio de Once. Aprendió cuáles eran los talles más vendidos y quiénes eran los proveedores. Se fue a ver a los representantes de Lee y le informaron que podían venderle toda la mercadería que quisiera, siempre y cuando pague al contado rabioso. Los intentos de contar con algún crédito fueron infructuosos. Con lo que tenía, pudo llenar dos valijas grandes con pantalones jeans de talles 38 al 44. No incluyó camisas ni camperas ni ningún otra prenda del mismo material y marca.

Así llegó a La Paz con sus dos valijas y empezó a vender vaqueros casa por casa. Una de sus primeras clientas fue Amelia Muñoz de Guiber, que hoy tiene la conocida posada Family. Había llegado a La Paz siendo maestra, junto con María de los Ángeles Gandini que era psicopedagoga. Ellas lo contactaron con otros clientes potenciales y de allí a otros hasta formar una cadena de ventas.

Comenzó a tomar pedidos por catálogo de toda clase de prendas, tallas y marcas específicas. Iba a Buenos Aires cada dos semanas y volvía con más valijas cada vez. Con el tiempo su negocio se expandía y decidió que era el momento de tener un local de ventas.

El "círculo comercial" de La Paz era como un gran shopping al aire libre, alrededor de tres cuadras de la plaza y al Este de la calle Echagüe. Lo mejor que pudo conseguir dentro de su presupuesto, fue alquilar un garage en calle Moreno entre Belgrano y Brown, que estaba en el borde de la tradicional zona comercial. Decoró el local tipo Country nortemericano, con fardos de alfalfa, toneles de madera y pistolas colgando del techo. Alicia Enriquez fue su primera empleada para atender el local.

A falta de televisión o internet, en aquella época el ocio se ocupaba con revistas de historietas, que eran dibujos con diálogos escritos, inspirados en los famosos Comics norteamericanos. Las más populares eran El Tony y D'Artagnan de Editorial Columba. Todos los jóvenes de la época sabían muy bien quiénes eran Nippur de Lagash, el cabo Savino, Dennis Martin, etc. Sin lugar a dudas, la Vaquería de La Paz se llamó “Jackaroe”, como el personaje más popular del Far West norteamericano.

Todavía no existían los boliches y clubes como Independiente, Comercio y Unión hacían bailes multitudinarios los fines de semana. Yoyi comenzó a animarlos con desfiles de modelos para mostrar sus prendas. Desfilaban las chicas más lindas de La Paz, como Yiyi Villanueva, que tenía un cuerpo perfecto para modelar los jeans. La gente de La Paz no conocía muchas prendas como los enteritos, jardineras y tapados de telas de jean. Cuando fue el Festival de la Pesca, alquiló un silo de metal, para ambientar adentro el stand de “Jackaroe” en el puerto con toda su mercadería.

El negocio iba bien, y Yoyi pensó en ampliar su mercado hacia otras localidades. Una tarde cae a La Paz el Turco Curie, que también vendía ropa, pero de un nivel mucho más popular. Pasó por la Vaquería y le sugirió a Yoyi que debía investigar Esquina.

Corría el año 1976 y un día Yoyi viajó a la Provincia de Corrientes con el Gordo Moreno, que tenía una Cupé Chevy, roja con techo de vinilo negro, modelo ‘72 . Fueron a ver a Patricia Gatti, que tenía un negocio de ropa en la galería de Esquina, que era propiedad de su padre Don Juan Gatti. Se encontraron con una chica muy bonita, reina de la comparsa Yasí Berá, la más importante de la ciudad. Yoyi empezó a hablar de negocios, y siguieron hasta hacerse novios. Al cabo de ocho meses se casaron en 1977 y vivieron en la casa familiar de los Abuelos en la calle San Martin 1911. Fue un gran error. Al cabo de un año se separaron. En aquella época, el divorcio no era aceptado ni legal ni socialmente en la Argentina.

En la década de los 70’s los teléfonos de Argentina eran un desastre. Se manejaban con conmutadores manuales manejados por aburridos operadores mal pagados. La calidad de la comunicación era tan pobre que había que hablar a los gritos. La espera para una llamada de larga distancia podía durar tanto tiempo, que podía ser más rápido viajar que hablar por teléfono.

Las empresas y los comercios se manejaban con telegramas del correo, que los telegrafistas transmitían en código morse por precarias líneas de cables que corrían sobre postes terrestres. Un telegrama era del largo de un twitter. Los comerciantes y empresarios se convocaban por telegrama, para decir dónde y cuándo se reunían para hablar frente a frente sobre algún tema.

Yoyi tenía que ir a Buenos Aires para comprar personalmente las prendas de su Vaquería. La única forma de bajar la frecuencia de los viajes era traer más cantidad, pero no tenía suficiente capital. Vendía mucho más que al principio, pero igual tenía que viajar cada dos semanas. No solamente llevaba valijas, sino que enviaba cajas por los transportes Expreso La Paz y Expreso El Rayo.

Tomaba la ETA de las 7 de la tarde y llegaba a Paraná a las 10 de la noche. A las doce subía al colectivo a Buenos Aires que llegaba a las 7 de la mañana. Desayunaba en algún bar de Once o se iba a visitar a su Mamá hasta las 10 de la mañana. Compraba la mercadería y la ponía en tres o cuatro valijas. Despachaba el resto en cajas. Todavía no existía una terminal de ómnibus en Buenos Aires. Tenía que cuidar que no le robaran nada hasta las 7 de la noche, cuando salía el Expreso El Rápido desde la esquina de Rivadavia y Catamarca, donde estaba la famosa “Salima Muebles” de la conocida publicidad: “Usted camina y camina pero al final compra en Sadima”. Después de un trasbordo en Paraná, al día siguiente llegaba medio muerto a La Paz.

En los colectivos de los 70’s no se podían estirar las piernas. Los asientos eran “reclinables” unos diez centímetros y estaban forrados con un plástico donde se acumulaba la grasa del cuero cabelludo de infinitos pasajeros. Yoyi era joven y entusiasta, podía viajar en esas condiciones miserables por un año, dos… pero llegó un momento en que pensó que tenía que comprarse un auto, aunque tuviera que descapitalizar sensiblemente su negocio. En la concesionaria de autos frente a la plaza había visto un Fiat 1100 del año 1962. Si se lo financiaban un poco, quizás…

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